El uso reiterativo de algunos vocablos en las coyunturas sociales y políticas del mundo neoliberal despierta el interés por saber qué hay no solo en el contenido semántico, sino también en el recorrido histórico de dichas palabras. Tal vez eso esté ocurriendo con la palabra “vándalo” actualmente en Colombia. Esta es una palabra supremamente manoseada por los medios de comunicación privados, pero de corte oficialista que sin disimulo apoyan el régimen que Duque quiere implantar en favor del innombrable y sus aliados, entre los que se cuentan los dueños de los emporios económicos que han hecho de la política en Colombia un negocio más lucrativo que el narcotráfico. También es una palabra de la que abusan sin discriminación alguna los seguidores dogmatizados de la doctrina uribista que agobia esta ya dolida patria con todas las irregularidades que sus ansias de poder dictatorial han generado. Los senadores de los escuálidos partidos de gobierno y el mismo presidente de la república también la han convertido en parte esencial y reiterativa de sus discursos en esa evidente estrategia de criminalización del estallido social que se ha dado en un país que manifiesta no aguantar más el abuso de este gobierno y de los que le han antecedido durante más de doscientos años.
La palabra en cuestión es un germanismo derivado del vocablo wandjaz usado para denominar a los individuos pertenecientes a una tribu que saqueó Roma en el año 455 de nuestra era. Si se consulta en internet, se pueden encontrar reseñas muy bien documentadas y basadas en registros confiables del recorrido histórico de una tribu que en interacción a veces pacífica, otras veces bélica, con otras del mismo talante configuraron un proceso de formación que culminó con el empoderamiento de la palabra “vándalo” como nombre genérico de ese conjunto de pueblos que se fusionaron para recorrer gran parte de Europa y con ello contribuir a la formación cultural, política y social de lo que hoy se conoce como cultura occidental. Tal ha sido la marca de estos pueblos en dicha cultura que el término “vandalismo”, derivado del nombre original de dicho pueblo, fue usado en 1793 por el obispo de Blois, Henri Gregonde Tours en un discurso en el que denominaba con dicha palabra los saqueos de que fueron objeto las iglesias católicas durante la revolución francesa.
Queda claro entonces que la palabra vándalo desde sus inicios y a lo largo del tiempo ha estado relacionada con la designación de grupos o personas que políticamente se oponen a alguna forma de dominio tiránico o imperialista. Bello e ideal origen para el de un vocablo tan popular en Colombia por estos días. En un principio, la palabra “vándalo” denominaba uno de los pueblos que contribuyeron para que desapareciera el imperio romano, imperio cuya historia, al igual que la del Estado colombiano, está relacionada con las traiciones, con la corrupción, con la persecución sangrienta. Además, para ejercer su poder con mayor efectividad, este imperio acogió como religión el cristianismo, culto del cual derivó el catolicismo, quizá la iglesia más corrupta de todos los tiempos. Siglos después, en boca de un obispo de esa misma iglesia, la palabra “vándalo” pasa a denominar a los grupos de manifestantes que se opondrían a la monarquía que los oprimía derrochando el erario en lujos y excentricidades mientras la población hambrienta era ahogada por los excesivos impuestos. Si nos atenemos a esto, parece que los grupos denominados vándalos aparecen en la historia para romper ciclos de autoritarismo y corrupción en contra de los pueblos que representan. Desde esta perspectiva, los opositores del paro deberían cuidarse de seguir usando esa palabra pues, por una especie de misticismo taumatúrgico, podrían estar convocando la llegada de quienes, desde la lucha social, escriban el fin de su dominación en este tiempo.
Son varios los significados que se pueden encontrar de la palabra “vándalo” en una revisión etimológica e histórica exhaustiva. Pero entre todos esos sentidos existe uno que de manera particular llama la atención. La palabra vándalo en sus orígenes significaba “los que cambian”, “los hábiles”. Este significado original dado al pueblo que llevaba dicha palabra como nombre por sus capacidades para desplazarse y para la lucha, sin romantizar el asunto, estaría muy acorde con las características de los grupos de jóvenes que hoy día en Colombia pretenden generar un cambio social y político por medio de la manera hábil y valiente en que se han opuesto al gobierno Duque, a su menosprecio por las masas populares, a su negación para el diálogo sincero y humilde con los verdaderos protagonistas de la protesta, pero sobre todo con sus gestos de apoyo a los excesos de la policía sumado al guiño que gustoso le hace a la llamada “gente de bien” que con sus camisetas blancas y su actitud paracoide recuerda al ku klux klan de otro tiempos.
La palabra vándalo y su derivado vandalismo han sido empleadas en los medios y en las redes de manera irresponsable pues cada vez que los amigos del poder uribista en cabeza del presidente títere la pronuncian o escriben lo hacen con una intención estigmatizante sumada a un claro matiz de generalización. La ceguera de algunas posturas, en ocasiones, impide ver a sus seguidores que pueden estar cavando la fosa ideal para su entierro. El uribismo, en su afán de mantener el poder a como dé lugar, parece no percatarse de que va en ese camino. Desde el presidente, pasando por periodistas, congresistas, influenciadores adscritos a dicho partido, hasta sus seguidores usuarios de las redes sociales, han usado la palabra vándalo de una manera tan recalcitrante que la han vaciado de su sentido de estigmatización a tal punto que a los cibernautas y a las personas que en las calles apoyan el paro no les importa ya en lo más mínimo autorreconocerse como tal.
Este fenómeno entraña un serio peligro para los que desde el poder intentan sofocar el estallido social usando artimañas lingüísticas como la estigmatización y los eufemismos pues parece que con la palabra vándalo están causando un efecto contrario al que pretendían lograr. Tal vocablo ha sido redimensionado en su sentido e importancia hasta el punto de convertirlo en uno más de los tantos símbolos que fortalecen los ánimos y la voluntad de lucha de quienes están a favor de esta protesta. En ese sentido hay que recordar el poder de convocatoria que tienen los símbolos en las luchas por la liberación de los pueblos.
Uno de los aspectos que ha distinguido al paro actual es precisamente la proliferación de símbolos que los mismos aliados del gobierno han ayudado a configurar con sus acciones represivas en contra de los manifestantes, además de la participación activa de artistas, líderes sociales, profesores y estudiantes que parecen haberse percatado de que la movilización se dinamiza si se le suma el atractivo de lo simbólico renovado por medio de la creatividad y de un uso inteligente del lenguaje. En medio de este panorama de fortalecimiento y renovación continua de la lucha de un amplio sector del pueblo colombiano por una sociedad más equitativa aparece la palabra “vándalo” con toda su historia, con toda su carga semántica y con la resignificación necesaria para convertirse en un símbolo poderoso en nombre del cual los vándalos marchantes de 2021 tal vez alcancen los cambios que en las protestas y paros de años anteriores no se han podido lograr.

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