Al protagonista de esta historia lo llamaremos Manuel, un investigador de la Sijin que se hizo Policía para investigar el asesinato de sus padres a manos de grupos paramilitares en zona rural de Pore, Casanare.
Con el intenso dolor que le produjo la muerte de sus padres a manos de grupos paramilitares en el Casanare, Manuel y sus cuatro hermanos se vieron obligados a dejar sus tierras para no ser alcanzados por las balas asesinas de quienes se ensañaron con su familia en la época en que se recrudeció la violencia en esa zona colombiana.
Su padre, con el que no compartió mucho tiempo por conflictos familiares, fue asesinado cuando él apenas tenía 3 años, lo mataron a tiros desde un barranco cuando atravesaba una cañada. Varias fueron las versiones que se tejieron por su muerte, pero hasta el sol de hoy no se sabe a ciencia cierta cuáles fueron los móviles.
Pasaron los años y cuando creía que había superado el dolor por el homicidio de su progenitor, fue asesinada su madre, unos hombres armados la sacaron de su casa a medianoche y a un kilómetro de allí, la sometieron a todo tipo de tortura y vejámenes hasta degollarla.
El macabro episodio le marcó su vida y la de sus hermanos. Para entonces ya tenía 16 años de edad. Sin padre y sin madre le tocó tomar las riendas del hogar y proteger a sus hermanos menores. Eran momentos muy difíciles en aquella soledad y soportando la ausencia de la mujer que luchó contra todas las adversidades para sacarlos adelante.
Para cumplir el sueño de su madre, terminó su bachillerato entre el dolor, el miedo y la zozobra en el casco urbano de Pore, Casanare y cuando sus vecinos le dijeron que hombres armados estaban rondando sus tierras, decidieron abandonar el corregimiento y emprender cada uno por caminos distintos para refugiarse donde otros familiares.
Llegó a casa de una tía en la fría Bogotá, trabajaba en lo que podía para subsistir. No pudo volver al pueblo donde nació y vivió su infancia. Los más pequeños quedaron al cuidado de los abuelos maternos, pero desde la clandestinidad había que conseguir dinero para mandarles.
En medio de la charla, donde las lágrimas no fueron invitadas pero terminaron robándose el momento, Manuel, quien nació bajo el signo Escorpión un 10 de octubre de 1983, dice tener mucha fuerza de voluntad y un carácter firme, pero esa firmeza se quiebra al recordar ese amargo momento de su vida.
El investigador que tiene en sus manos la responsabilidad de esclarecer homicidios se vuelve frágil y a veces pasa semanas enteras deprimido por los sentimientos encontrados que le producen los momentos felices que pasó con su familia y aquella horrible noche en que un grupo de asesinos salvajemente le quitó lo que más quería.
El 5 de diciembre de 2006 ingresó a la Escuela de Policías, gracias a la ayuda que le brindó su hermana mayor, que para entonces ya estaba casada con un docente, y su tía, que le dio un techo donde vivir en medio de las dificultades que tenía. “A ellas les debo mucho”.
Su madre, a quien recuerda a cada instante, era una mujer esbelta de pelo largo y rubio, proveniente de una familia trabajadora del campo que los levantó cosiendo y con la siembra de cultivos.
De su progenitor recuerda que era un hombre trabajador con el que disfrutó poco, pero que alcanzó a sentir su cariño aunque no llevaba su apellido, pero sí su nombre.
A Manuel se le quiebra la voz y se le aguan los ojos cuando recuerda el momento en que él y sus hermanos encontraron el cuerpo sin vida de su madre. A ellos mismos les tocó recogerla y la llevaron en el platón de una camioneta hasta la morgue. Luego le dieron cristiana sepultura mirando al cielo y preguntando a Dios el porqué de esa prueba tan difícil.
La separación con sus hermanos fue traumática. Solo se reencontraron ocho años después en un compartir que hicieron en el pueblo, donde visitaron la tumba de su madre y la tierrita que les tocó abandonar huyendo del horror que infundían los alzados en armas.
Con la esperanza y la fe puesta en Dios y pidiendo justicia, todos siguieron por el camino correcto. La mayor se convirtió en gestora social, otra en docente, su otro hermano también es subintendente de la Policía, y la menor ya casi termina ingeniería ambiental.
Manuel asegura que su madre lo sigue protegiendo, le advierte del peligro y lo ha salvado de la muerte en varias oportunidades. Una vez cuando le dispararon en medio de un procedimiento y otra vez cuando un delincuente se abalanzó sobre él con la intención de clavarle un puñal en el pecho.
Manuel ahora se refugia en brazos de su compañera sentimental y sus tres hijos. Por ellos lucha y sigue por el camino correcto, esperando que Dios le dé la fortaleza para ir dejando atrás los horrores de esa guerra que le arrebató a sus seres queridos.
Lleva casi 17 años en la Policía Nacional y como investigador ha esclarecido muchos casos de homicidio y feminicidio, pero la muerte de sus padres aún sigue en la impunidad porque no encuentra respuesta en la justicia. Tiene la esperanza de que en una audiencia ante la JEP, alias “Martín Llanos”, jefe paramilitar en esa zona, diga por qué los mataron y quién ordenó sus muertes
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