Migrantes venezolanos en Colombia luchan por un mejor futuro.

En las fiestas de corralejas del municipio de San Estanislao de Kostka, Bolívar, encontramos a una familia venezolana guerreando honestamente la vida, sufriendo en carne propia las humillaciones de aquellos que creen que, por ser de otra nacionalidad, no tienen oportunidades en este país.

La historia es realmente conmovedora, los migrantes son tres niñas y un valiente militar de ese país al que sirvió con honor, pero del que tuvo que desplazarse porque el gobierno de su país lo dejó literalmente en la calle.

Llegaron a Colombia hace cinco años sorteando en el camino toda clase de dificultades sin saber hacia donde dirigirse, pero con la esperanza de un nuevo comienzo que no ha sido fácil, ha estado lleno de muchos tropiezos.

Les ha tocado dormir en las terminales de transporte y muchas veces en la calle exponiéndose a toda clase de peligro, aguantar hambre y frío, pero no han torcido su camino, siguen por la recta de la honestidad, ganándose el pan con el sudor de su frente.

Cuentan que en Venezuela lo tenían todo y eran felices, en Colombia la felicidad ha sido esquiva, pero no pierden la esperanza, siguen de frente a los obstáculos abriéndose paso día a día en busca de un mejor vivir, confiando en la voluntad de Dios.

Las Marías, como las conocen en el barrio donde viven, estudian y ayudan a su padre a conseguir recursos para pagar arriendo y servicio en una vivienda que lograron conseguir en el municipio de Santa Rosa de Lima, Bolívar, donde fueron a parar sin conocer a nadie. Allí se han mantenido con esfuerzo diario consiguiendo para la comida y reuniendo lo del alquiler y los servicios, “poco queda para comprar otra cosita”, dice la mayor de las Marías quien también tiene la responsabilidad de cuidar a sus hermanas y sobre todo estar pendiente de la pequeña María Salomé que solo tiene 3 añitos.

Para ellas lo primordial es estudiar, por eso, una vez llegan del colegio, preparan sus cuadernos y terminan las tareas pendientes para luego salir a vender dulces cerca de su casa. Son echadas para adelante, y aprovechan las fiestas patronales para ganarse una platica extra reciclando, vendiendo agua, gaseosas y hasta cerveza. A pesar del calvario que llevan por dentro, se les ve el entusiasmo y las ganas de pararse en una tierra que no es la suya y todo porque no se rinden y están llenas de sueños.

Su padre Hermes Brito de 44 años aun con quebrantos de salud producto de un accidente de tránsito, también se rebusca como mototaxista día y noche, es uno de esos hombres con disciplina militar que sabe la inmensa responsabilidad que tiene de cuidar a sus hijas de 15, 12 y 3 años de edad, más aún cuando su madre las abandonó hace dos años para explorar suerte en otro país.

Pese a las adversidades, las niñas tienen sueños y metas que quieren cumplir, eso lo tienen claro, “mi hermana quiere ser contadora y yo quiero ser Policía Nacional, debemos seguir luchando por nuestros sueños porque queremos ser ejemplo de buen comportamiento para mi papá, mi hermanita y para toda la sociedad. Nuestra fuerza es Dios y con él vamos adelante”.

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